¡Cuidado con la puerta! ¡Recoged los juguetes! ¡Sopla que quema! ¡No corras con el coche!
¿Cuántas veces hemos oído esta retahíla de advertencias? ¿Y cuántas de ellas repetimos nosotros mismos hasta el aburrimiento?
No es solo cosa de padres, madres, abuelas, profesores… educadores en general. Hablamos de un comportamiento preventivo influenciado en su mayoría por la educación heredada ante los riesgos del día a día. La intuición también juega un papel importante que, sumado a lo anterior, crea el perfecto Equipo de Protección Individual (EPI) de cada individuo.
En el entorno laboral, y según el Real Decreto 773/1997, de 30 de mayo, sobre disposiciones mínimas de seguridad y salud relativas a la utilización por los trabajadores de equipos de protección individual, se entiende por EPI:
“Cualquier equipo destinado a ser llevado o sujetado por el trabajador para que le proteja de uno o varios riesgos que puedan amenazar su seguridad o su salud, así como cualquier complemento o accesorio destinado a tal fin”.
Por lo tanto, si la protección laboral está condicionada al uso de EPIs, ¿por qué ponemos tantos impedimentos? Es cierto que a la herencia preventiva laboral le falta madurez, pero si dentro de nuestro entorno personal la tenemos tan asimilada, ¿por qué no hacer lo mismo al trabajar?
Debemos priorizar la preocupación por la seguridad y salud en el trabajo: hemos de trabajar y concienciarnos mucho más, hacer uso de los equipos disponibles y poner barreras a enemigos como las malas costumbres y el rechazo a la obligatoriedad impuesta en este campo.
Participa y crea prevención laboral.